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martes, 31 de diciembre de 2019

Esperanza

No suelo improvisar lo que escribo en este blog. Suelo leer sobre el tema que voy a tratar. Me informo para que otres no tengan que hacerlo por mí. Y como me gusta que lo que escribo sea contenido duradero, rara vez suelo caer en tópicos temporales. Pero hoy siento que es el día perfecto para romper con todo esto.

Porque, aunque para mí sea solo un martes, no deja de ser un día especial.

Lo que me gusta de esta época del año es que mucha gente piensa en las cosas buenas que han pasado en su vida. Sin embargo, en esta ocasión, ya que lo que termina también es una década, algunos resúmenes son más globales. Y yo quiero tener una visión un tanto optimista.

Si me hubieran dicho hace diez años que aceptaría que soy autista, que me querría tal y como soy y que habría otros muches que también lo harían, no me lo hubiera creído. De hecho, aún sigo sin creer que mis palabras han traído un cambio positivo a muchas personas ahí afuera. Que de no ser porque, un día de finales de 2015, me harté de las gilipolleces capacitistas de mi ex, quizá lo que conocemos hoy de activismo autista en español sería diferente. O al menos la minoría que hablamos desde la perspectiva del paradigma de la neurodiversidad.

No considero que mi papel haya sido tan crucial, ya que por mis problemas de salud me he pasado bastante tiempo apartade del activismo. Pero eso no significa que no haya hecho nada o no tenga importancia. Mi voz es solo una de las muchas voces que oigo ahora mismo, y me gusta saber que no estoy sole. Que en este tiempo hemos pasado de no tener ninguna relevancia a empezar a convertirnos en un murmullo que puedes escuchar si prestas atención.

Cierto es que mi vida personal tampoco ha sido nada fácil. He salido de un hogar abusivo y en el que claramente no se me quería, me he enfrentado a la edad adulta sin toda la ayuda que realmente hubiera necesitado e incluso he llegado a ser une sin techo por un tiempo. Aún tengo que lidiar con mis problemas de salud. No obstante, soy una persona más fuerte, más segura y más sincera conmigo y con les demás. Y sé que algún día las cosas serán mucho mejor de lo que lo son ahora, porque tengo amor. Amor propio, amor de mis amigues y amor de mi pareja. Porque me quieren y me aceptan tal y como soy. Me quieren siendo Sariel, y me quieren siendo autista.

Sé que el ser autista no es sencillo. Aún enfrentamos muchos problemas, bastantes de ellos peligrosos, e incluso letales. Pero, si lo pienso fríamente, puedo decir que gracias a los esfuerzos de todes les que estamos alzando nuestras voces, las cosas están mejorando lentamente. Nos queda mucho camino por recorrer, pero estamos avanzando. Sin prisa, pero sin pausa.

Esta es mi esperanza. Mi vida ha mejorado en estos últimos diez años. Me ha sido muy difícil llegar hasta donde estoy hoy, pero lo he conseguido. Y lo he hecho siendo fiel a mí misme, hasta el punto de que incluso me he dado cuenta de mi verdadera identidad de género. Porque esa niña a la que su familia trataba como un trozo de basura nunca existió realmente. Era el cascarón de la persona que hoy escribe estas palabras. Ella no era más que la sombra pálida del brillo que estaba por venir, a pesar de todas las desventuras que me esperaban.

Quiero que vosotres también tengáis esta esperanza. La vida es dura y despiadada, y nunca sabes qué varapalo puede venirte mañana. Sin embargo, tienes la compañía de la persona más importante de tu vida: tú misme. Ámate, acéptate tal y como eres, y aunque sé que no va a ser un camino fácil, hará que poco a poco las cosas mejoren. Seas autista o no.

Y, si resulta que eres autista, no pasa nada por tomarte tu tiempo. A nosotres nos lo ponen aún más difícil incluso para autoaceptarnos. Créeme, merece la pena. 

Ojalá mi esperanza también se convierta en la vuestra. Porque nosotres también merecemos vivir. Porque el mundo es un lugar un poquito mejor simplemente porque estamos aquí. Pertenecemos a este mundo, ahora solo tenemos que buscar nuestro lugar.

sábado, 28 de diciembre de 2019

El género, esa mentira

La feminidad… Ese concepto que no paro de ver en Twitter. Una y otra vez. Sin embargo, nadie parece explicarlo o ponerse de acuerdo en lo que verdaderamente significa. 

Esta cuestión se retuerce aún más cuando metemos el autismo en la ecuación. Todas aquellas personas autistas que, de una forma u otra están relacionadas con el concepto de feminidad pasan por un escrutinio incluso más feroz, hasta el punto de que se nos tilda de ser hipermasculines porque nuestro cerebro también lo es, según cierto estudioso que no considero relevante mencionar en este momento. 

En mi caso, como persona asignada mujer al nacer, mi relación personal con la feminidad acaba ahí. No obstante, al tener un aspecto eminentemente femenino, la sociedad me percibe como una mujer, a pesar de que suelo dejar muy claro que soy no binarie con cero relación con lo masculino o femenino. 

Me he topado con gente que ha tratado de invalidar mi identidad de género por el hecho de que soy autista. Pero también me he encontrado, con menos frecuencia, personas que han entendido que mi nula relación con el dualismo de género viene justamente por ser autista. Al principio se me hacía extrañísimo por el simple hecho de que hubiera dos puntos de vista radicalmente diferentes justificados por la misma razón. Pero poco a poco, me he ido dando cuenta de que esto es debido a los roles de género. Y que este concepto está altamente relacionado con lo que se espera de un hombre o una mujer. Y sobre todo, que estas expectativas tienen un fortísimo componente social. De ahí que les autistas fallemos miserablemente entendiendo o siguiendo las mismas, sobre todo las mujeres. 

Por ejemplo, una de los roles de género para las mujeres es que deben vestirse para lucir bien, aunque sus prendas resulten incómodas o poco prácticas. Esto, para una mujer autista, puede ser imposible por razones sensoriales. Muches autistas elegimos nuestra ropa en función de la tela, los colores o la comodidad de movimientos. Así que prendas asociadas a la feminidad como un sujetador o un corsé pueden ser impensables para la mayoría de nosotres. 

Pero estos roles no sólo se limitan al campo estético. En términos de personalidad, una expectativa que he notado que se torna siempre en mi contra es que asumen que deba ser alguien callade, dispueste a pasar por alto cuando se me pisotea. Sin embargo, al comprobar que soy demasiado directe y sincere, muches actúan confuses. 

Lo peor es… Cuando me siento lo suficientemente segure para revelar mi identidad de género y, por lo tanto, que mi relación con la feminidad solo se limita a una estética que aparento por mera seguridad personal (aparte de que no existe una forma real o correcta de aparentar mi identidad de género), se me sigue negando el hecho de que, al no ser una mujer de ninguna forma, no debería estar adscrite a las normas sociales implícitamente asignadas a la feminidad. Sin embargo, al no existir un rol de género no binario, se me asigna por defecto al rol que la sociedad considera más cercano a mi experiencia. Eso sí, al igual que les sucede a muchas mujeres autistas, se me considera una mujer fallida. Una mala mujer. Una rarita, quizá. 

El problema es, cuando a una mujer autista se le niega su feminidad porque falla al ejercer su rol de género, estamos cayendo en un caso claro de neurosexismo. Como el ejemplo que puse al iniciar este escrito, mencionando que cierto estudioso del autismo ha afirmado que el cerebro autista es hipermasculino, pisoteando la identidad de mujeres y personas no binarias al afirmar de forma indirecta que la única forma correcta de ser autista es siguiendo un rol de género extraño a nuestra identidad real. 

La conclusión a la que quiero llegar es que los roles de género son neurosexistas respecto a las personas autistas ya que estos tienen un fuerte componente social que, sencillamente, se nos escapa, y las mujeres y personas no binarias nos llevamos la peor parte. Por lo tanto, otra razón completamente válida para querer abolir los mismos es para acabar con el capacitismo asociado a los mismos.

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