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jueves, 9 de febrero de 2023

Accesibilidad, a medias

Una imagen de stock mostrando un pasillo de un supermercado.
A veces me toca hacer recados. Intento hacer un solo viaje por semana, para evitar sobrecargas y colapsos. Pero claro, debido a mi horario laboral, solo puedo hacerlo los fines de semana. Y eso significa supermercados llenos de gente y ruido.

Por eso creía que era buena aprovechar y hacer mis recados hoy, aprovechando mis vacaciones. Así no tengo que hacerlos el fin de semana y me doy tiempo para descansar y recuperarme. Tiene sentido, ¿verdad?

Bueno, sí. El Lidl estaba bastante tranquilo. Pero los dos otros supermercados… Igual que siempre, qué agobio. Lo gracioso es que, sin quererlo, fui a uno de ellos durante su “hora tranquila”. Dejad que os lo diga muy clarito: hora tranquila los cojones.

En teoría, cuando están en la hora tranquila, reducen el volumen de la música y tratan de minimizar el uso de luces, para que aquelles con sensibilidad sensorial no se sobrecarguen. Y bueno, no puedo juzgar lo de la música, por eso de que siempre llevo mis cascos. Pero lo de las luces… No había diferencia. Todas las neveras tenían las luces encendidas. La iluminación principal estaba al mismo nivel de siempre. En resumen: todo estaba igual que siempre.

No obstante, eso no es lo que me molesta. En teoría, la hora tranquila de este supermercado es… De lunes a jueves, de dos a tres de la tarde. ¿Y sabéis dónde estoy normalmente a esa hora?

¡En el trabajo!

Exactamente: es como si hicieran estas concesiones de accesibilidad en una franja horaria en la que, en teoría, hay menos público haciendo la compra. Sí, por eso de que mucha gente está trabajando. Por lo tanto, no se molesta al consumidor promedio, y al final el público que se beneficia es bastante reducido. En mi opinión, a menos que seas une adre que tiene que llevar a su peque autista al súper o alguien cuyos horarios de trabajo sean extraños o inexistentes, no te vas a beneficiar de medidas así.

Lo que me lleva a mi siguiente punto: la sociedad nos trata a las personas neurodivergentes como si dejáramos de serlo una vez alcanzamos la mayoría de edad. Esto es un error bastante grave, porque no solo no es verdad: deja barreras invisibles que nadie está dispueste a eliminar por nosotres.

Un ejemplo: hace no mucho tuve que cambiar los detalles de pago de una suscripción. ¿Cuál es la única forma de hacerlo? ¡Por teléfono! Porque aparentemente gestionar esa suscripción mediante una página web es mucho esfuerzo para elles, parece, así que es mejor tener una centralita. Al coste de dificultar o incluso imposibilitar el acceso a parte del público, parece ser.

Esto me hace pensar en las circunstancias de hace unos tres años. ¿Os acordáis de lo de tener que hacer colas para entrar en el supermercado? ¡Yo sí! Y dejad que os cuente por qué: por entonces tenía esa dichosa enfermedad que me hacía tener un control nefasto de mis necesidades corporales, así que tener que esperar en una cola más de media hora era, cuanto menos, una idea terrible. Que ojo, yo tuve suerte y les chiques del supermercado cerca de casa entendían que lo mío era por problemas de salud y me dejaron usar el baño un par de veces. No obstante, soy consciente que no siempre es así. Lo cual me está llevando a la conclusión a la que quiero llegar: no todas las discapacidades son iguales, y ofrecer una accesibilidad limitada no es una buena idea.

Sintiéndolo mucho por quien tuvo la idea de la hora tranquila, pero no es suficiente. Si hay supermercados de la cadena que pasan de hacerla y hay clientes que no pueden acceder a ella, ¿cuál es el punto? Y me diréis: pues entonces haz la compra online, quejica. La mayoría de cadenas que hacen entregas tienen un importe de cesta mínimo, y si necesitas un par de cosas y no una compra completa, no tiene sentido, porque al final acabas gastando mucho más dinero que si fueras al súper directamente a comprar las dos cosas que necesitas.

La accesibilidad debería ser el estándar. No quiero que vuelvan los límites de aforo, aunque en cierta manera me gusten. Pero sí que opino que poner música a todo trapo conseguirá que me dé prisa en lugar de ceder a las susodichas compras impulsivas. O el tema de las luces, que a este paso voy a acabar haciéndome unas gafas tintadas graduadas solo para poder estar a gusto fuera de casa. No hay dos personas discapacitadas iguales, pero puede que enfrenten problemas de accesibilidad parecidos. Hagamos nuestros espacios más accesibles para todes.

martes, 7 de febrero de 2023

Enrique Alfarero y el jueguico de marras

Voy a contaros un secreto: esta semana estoy de vacaciones. Yo debería estar relajándome, ahora que tengo mi casa sola hasta el viernes. Por eso de que a mi novia le gusta viajar, pero yo soy más de mantita y videoconsola. ¡Pero noooo! ¡Tengo que darle capital social a la Joanne Karen otra vez! Y ojalá sea la última, porque todo este tema me cansa. No obstante, también tenía que decirlo.

Una imagen de stock con varias cartas antiguas de Pokémon, incluyendo a Charizard, Blastoise y Venusaur, entre otros.
Mirad, yo soy une niñe cuya infancia ha sido Pokémon, y en menor medida, Digimon. He jugado todos los juegos de Pokémon de la saga principal excepto Espada y Escudo porque… Bueno… Dramas. Recuerdo haberme zampado cientos de bolsitas de Munchitos por los tazos. ¿Alguien se acuerda de los chicles Boomer? Yo sí, por las pegatinas de Pokémon. En 2016 me sentía cual Calamardo encerrado en su casa porque todo el mundo podía jugar Pokémon Go menos yo. Colecciono cartas, con cierto énfasis en cartas de Skitty y eeveeluciones. Si fuera posible, incluso usaría papel higiénico de Pokémon. Así que sí: sé lo que es pertenecer a un fandom.

La cuestión es que, por mucho que ame Pokémon con todo mi corazón, también debo ser crítique cuando toca. Y, ojalá esto nunca pase, pero si Satoshi Tajiri, el creador de la franquicia, empieza a tener comportamientos y opiniones bastante cuestionables… Bueno, se acabó Pokémon para mí. Si eso pasara, no sería nada fácil para mí, porque es mi interés especial principal. Pero de una de forma u otra lo acabaría superando, supongo.

Cambiad Pokémon por Enrique Alfarero.

Si la mentada Joanne Karen habla día sí y día también de lo terribles que son las mujeres trans y toda la retahíla tránsfoba… ¿Por qué a la gente le cuesta tanto dejar el mundo de Enrique Alfarero detrás? ¿Vale la pena comprar el jueguico de marras y mandarle a tu entorno el mensaje de que te la soplan las vidas trans? En mi opinión, por supuesto que no. Pero claro, yo soy une entrenadore pokémon, no une alfarere.

Soy completamente consciente de que este boicot apenas le va a hacer cosquillas a la susodicha. La señora va a seguir siendo rica y va a seguir tuiteando bilis contra el colectivo trans. Y aunque vosotres desde España apenas lo veáis, lo cierto es que la señora y sus amigas terfofascistas la están liando parda aquí en Reino Unido. Sí, a pesar de que son minoría, pero una minoría muy ruidosa, persistente; y que al gobierno le beneficia darles aún más bombo para que la sociedad británica no empiece a liarla por cosas como la factura de la luz o las chorrocientas huelgas que están pasando desde verano. En mi humilde opinión, hace falta una huelga general. Aunque bueno, este escrito no es sobre política británica.

Lo que es necesario entender de todo esta cuestión es: si compras, pirateas o incluso difundes el juego por medio de streams, o pantallazos o lo que sea, le das poder a Joanne Karen de dos formas: capital financiero y capital social.

El capital financiero casi que se explica solo: el jueguico cuesta dinero. Y a pesar de que la susodicha no ha estado involucrada en la producción del mismo, como usan su propiedad intelectual tiene derecho a cobrar royalties. Así que a más jueguicos se vendan, más se puede hinchar la cuenta bancaria de Joanne Karen.

El capital social es un poco más complicado de explicar. Imagina que eres un streamer. Y bueno, tú no has comprado el juego, te han dado una clave porque quieren que juegues en directo. No has soltado un céntimo por el juego. Sin embargo, el precio que pagas por el jueguico no está en tu billetera: está en tu público. Porque por muchos que a ciertos señoros les escueza, difundir material relacionado con el juego es publicidad, y gratis. Y enlazando con el capital financiero: si esa publicidad funciona, más jueguicos se venderán, y más libras tendrá Joanne Karen para más picnics con sus amigas terfofascistas.

¡Pero aquí no acaba la cosa! El capital social no es solo respecto a publicidad gratis para vender más copias del jueguico. ¡No, no! La señora es relevante porque se ha autoproclamado la líder de las terfas, y ahora cada cosa que diga, por mucho que intente recubrirlo con capas de dulce “¡Me preocupan los derechos de las mujeres!”, todes sabemos el verdadero mensaje que esconden sus palabras.

Comprando o compartiendo públicamente el jueguico de marras haces dos cosas: le dices a Joanne que te interesa Enrique Alfarero, por lo que seguirán haciendo más jueguicos, o películas o lo que se les ocurra. Ah, y como ya he dicho antes, le dices a la gente trans que te rodea que sus vidas te dan igual, que Enrique Alfarero es más importante. Hail Enrique Alfarero, se lo debes a tu yo de once añitos, supongo.

Por cierto, un inciso un poco raro… Hace poco me enteré de que Enrique tiene un juego de cartas intercambiables. Las cartas… Digamos que he visto frigoríficos por detrás más bonitos. Solo espero que a Logan Paul no le dé por esto una vez que se aburra de los Charizard y los Moonbreon, porque la turrita va a ser impresionante.

Como persona trans, cuya pareja también es trans, quiero deciros una cosa: a pesar de que sé que el boicot no va a tener un efecto real en la economía o la influencia de Joanne Karen, creo que es importante. Muchas personas trans, entre las que me incluyo, hemos empezado a ver toda la parafernalia relacionada con Enrique Alfarero como símbolos de odio. Y si la gente a nuestro alrededor no es capaz de desvincularse con la franquicia, e incluso llegar a acusarnos al colectivo de “robarles la experiencia”… Apaga y vámonos.

Por supuesto, cada cual es libre de hacer con su cartera y su conciencia lo que le venga en gana. No obstante, les demás también somos libres de actuar respecto a eso. Así que si eres alguien que, a pesar de todas las cosas horribles que Joanne Karen ha dicho y hecho, va a comprarse el jueguico, permite que te diga que habrá personas en tu vida que dejen de verte como alguien segure. Ojo, no tienen que ser personas trans, pero sí personas que sí entienden todo el meollo, y que entienden que las vidas de les demás no son debatibles, te guste o no. Tú haces una acción, y recibes una reacción. Así es como funcionan las cosas.

En cuanto a mí, tengo muy claro que no quiero relacionarme con gente así. Por eso estoy un poco pesade en Twitter con el tema. Por eso me he acabado sentando a escribir esto. Vivo en un país en el que el gobierno no quiere prohibir las terapias de conversión respecto a identidad de género, las listas de espera en la sanidad pública para sanidad trans cada vez se alargan más y más y para colmo, si eres un menor trans… Lo siento, tíe, el puto gobierno quiere que tengas una segunda pubertad. Podría seguir con toda la transfobia institucional que hay que aguantar en Reino Unido, pero podría acabar mañana.

¿Y sabéis por qué todo esto está pasando? Porque a señoras como a Joanne Karen, o a ella misma, se les está dando mucho bombo. Pasa de ellas. No les des tu atención. No les des tu dinero. No hay nada que les joda más que pases de ellas.

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