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jueves, 23 de enero de 2020

Otra historia de capacitismo

Hoy quiero contaros una historia que me pasó la semana pasada, pero que desgraciadamente, para todes aquelles que vivimos con enfermedades y discapacidades invisibles, es algo continuo y atemporal.

Mi novio y yo estábamos en la cafetería de una librería, cuyo nombre prefiero no mencionar. La cuestión es que yo necesitaba ir al baño. Y quiero recalcar el necesitaba, ya que mi enfermedad me causa dolor cada vez que tengo que usar los servicios. Por ello, cuando siento la llamada de la naturaleza, no puedo postergarlo, ya que solo hace mi dolor peor.

En esta librería hay dos baños, los cuales son ambos aptos para personas discapacitadas. Sin embargo, hay un pequeño problema con las cerraduras, ya que no muestran si la puerta está cerrada o abierta. Esta situación hace que a veces se formen colas, a pesar de que puede suceder que uno de los baños no se esté usando. Y para mi desgracia, esta situación se ha vuelto demasiado frecuente. El sábado pasado fue una de esas veces.

Ya que acabábamos de llegar y mi pareja estaba visiblemente preocupado por mí, ya que era obvio que estaba sufriendo, se unió a la cola conmigo, en lugar de buscar una mesa tranquila y pedirse su menú habitual. Trató de tranquilizarme y demás, pero conozco bien mi cuerpo, y en ese momento sabía que me sentiría mejor tan pronto como evacuara. Sin embargo, había dos señoras por delante de mí. No obstante, mi dolor era insufrible, hasta el punto de que decidí sentarme en un asiento cercano a los baños porque estar de pie me era más doloroso.

Aunque no recuerdo bien la conversación que tuve con mi novio, sé que mi tono delataba que no estaba tranquile. Incluso me parece que estaba hablando en un volumen más alto de lo que es normal en mí. Pero sí que recuerdo mencionar el hecho de que era muy posible de que uno de los baños no estuviera en uso, y pregunté retóricamente si era grosero por mi parte si comprobaba que, efectivamente, el otro no estaba siendo usado, ya que mi nivel de dolor en ese momento era algo complicado de lidiar. No el peor que he tenido, pero bastante desquiciante. Ninguna de las señoras que estaban por delante de mí se percató de mis palabras. Y cuando sentí que mi dolor iba a peor, me dije mentalmente “Fuck it!” y me lancé hacia el otro baño. Tiré delicadamente del picaporte, por si acaso y, ¡bingo!

Pues parece que tendría que haberme aguantado mi dolor, porque en cuanto entré al baño, escuché como una de ellas se volvía una Karen, chillando cual banshee desatada. No pude entender lo que decía porque estaba demasiado ocupade gimiendo de dolor mientras hacía mis necesidades, además del hecho de que las puertas son lo suficientemente gruesas como para afectar a la calidad del sonido. Sin embargo, ahí estaba la señora anónima, dejándose los pulmones porque mi dolor me había obligado a hacer algo que, en otras circunstancias, incluso yo habría considerado incívico. Y también me mortificaba la idea de que, quizá, mi novio podría estar siendo la víctima de su furia, y conociendo cómo le afectan los conflictos, sabía que si eso estaba sucediendo no podía ser nada bueno. Sé que fueron como mucho dos minutos, pero se me hicieron eternos.

Al salir del baño, con mucho menos dolor, uno de los empleados me dijo que por favor no volviera a saltarme la cola. Le respondí educadamente y me fui a buscar a mi novio, que afortunadamente había ido a buscar un sitio tan pronto como entré al baño. Aunque me tranquilizó saber que la Karen de turno no había pagado su frustración con él, yo estaba furiose. Porque sé que por mi volumen de voz y mi reacción sería obvio que, efectivamente, necesitaba usar ese baño de forma urgente. Pero claro, a pesar de que quería enfrentarme a la susodicha banshee, cuando salí, ya se había desvanecido. Y, en cuanto encontré nuestra mesa, me senté y empecé a llorar. Estaba colapsando.

Fue horrible. Odio ver la cara de sufrimiento de mi novio cuando estoy mal. Odio cuando me empiezan a dar dolores de cabeza cuando colapso. Odio cuando lloro a mares y todo cuanto deseo en ese momento es coger a quien ha causado mi colapso y mandarle de un buen puñetazo a la luna. Pero sobre todo, odio cuando vivo estas situaciones de mierda porque, al parecer, como no soy usuarie de silla de ruedas, mis dificultades no son vistas como discapacitantes, y por lo tanto me convierto en le maleducade que se coló en los baños.

Esta no es la primera vez que recibo comentarios negativos y desprecios por cómo mi enfermedad me discapacita. No obstante, a día de hoy, afirmo que este es el peor incidente. Ha habido gente que me ha tildado de cochine por eructar en público, cuando mi enfermedad hace que tenga problemas justamente relacionados con eructar demasiado. También ha habido gente que se ha girado con cara de asco. Puedo afirmar que incluso se me acepta más como autista que como discapacitade, y todo porque nada indica claramente que necesito apoyo. A este paso, voy a considerar más seguro ir por la calle moviendo mis brazos como si fuera un polluelo a punto de volar que soltar un eructo, y eso que ser autista en público tampoco es que esté muy bien visto.

¿A dónde quiero llegar con mi historia? Que esto no son incidentes aislados. Quienes vivimos con enfermedades y discapacidades invisibles vivimos así día sí y día también. Por si no fuera suficiente con lidiar con nuestras condiciones, también tenemos que enfrentarnos al trato que recibimos por parte de la sociedad. Debido a que el concepto de discapacidad está fuertemente asociado a quienes usan silla de ruedas, somos blancos más frágiles de sufrir capacitismo. Ojo, no intento decir que les usuaries de sillas de ruedas estén exentes de estos juicios de valor y actos horribles. Elles también tienen su problemática. Pero nosotres también tenemos la nuestra, y cuanto más hablemos de ello, más cambios podremos hacer en la sociedad.

lunes, 13 de enero de 2020

Los aspimachos existen

NdA: El término "aspimacho" no es de mi autoría. Según he podido averiguar, su autoría recae en el usuario de Twitter @uma_noide.

Siento que no soy la persona más adecuada para escribir sobre esto. Muy probablemente porque, al ser gorde, mi belleza nunca ha sido considerada normativa y, por lo tanto, me he salvado de “la horda”. Sin embargo, ya que estoy en el sector más desfavorecido, puede que esta crítica sí que me sea legítima. Sé que no va a ser popular, y que me puede granjear bastante odio por parte de un sector muy determinado, pero me da bastante igual.

Hoy quiero escribir sobre los aspimachos y su única prioridad: mujeres.

Antes de nada, quiero hacer un ejercicio de empatía. La soledad es dura. Y, en el caso de la soledad autista, puede ser aún peor. Los seres humanos somos sociales, y por lo tanto, queremos rodearnos de otres. Este sentimiento se vuelve muy fuerte en la adolescencia, cuando se incrementa la necesidad de pertenecer a un grupo y las hormonas se revolucionan y nos causan un despertar sexual que a veces es muy complicado controlar. Lo entiendo porque yo también he sido une adolescente autista, y sé lo mal que se pasa sintiéndose como un alien porque no puedes congeniar con nadie. Eso sin contar, en mi caso personal, el bullying que sufría ya no solo por ser diferente, si no por mi peso. Vamos, que ser adolescente para mí fue una mierda, y la soledad que sentí por entonces es el factor de más peso en ello.

Aunque en la edad adulta sigo lidiando con ciertas dosis de soledad, el haber encontrado personas afines a mí hace que ya no me sienta tanto como un alien, o no al menos con tanta frecuencia como antes. A pesar de todo, no dejo de ser humane, y tengo momentos en los que siento que necesito intimidad emocional o física con alguien, pero en ese momento no es posible debido a ciertas circunstancias. Sin embargo, aunque ha habido momentos en los que sentía la imperiosa necesidad de desfogarme con alguien, he conseguido satisfacer mis necesidades por mi cuenta, en lugar de ir acosando y molestando a personas que me atraen.

Y aquí, amigues, es donde se me acaba la empatía.

Puedo llegar a comprender el anhelo de querer suplir necesidades emocionales, tales como el sentirse queride y atendide, debe ser escuchado y satisfecho de una manera u otra, sin caer en traspasar las barreras emocionales de otras personas. Pero cuando hablamos de sexo, ya no puedo decir lo mismo. El sexo no es una necesidad vital, ni una obligación fisiológica. Puedes vivir perfectamente sin tenerlo. Entiendo que a veces la entrepierna puede ser molesta y necesitas desahogarte, pero no por ello tienes el derecho de ir molestando a otra gente para lograr tu fin.

Y, en caso de duda, no, tampoco puedes priorizar la falta de sexo en tu lucha social porque pasa y resulta que eres autista.

Centrar toda tu problemática autista en el manidísimo “Es que no tengo novia/no follo” es un reduccionismo brutal hacia toda la causa autista. Sigo diciendo que puedo llegar a entenderlo. Sin embargo, enarbolar este discurso es eclipsar la amplia y complicada problemática que arrastra la comunidad autista, lo que hace que, desde fuera, parezca que nuestra única prioridad es estar más satisfeches romántica y sexualmente, aunque esto no sea algo intrínsecamente malo.

El borrado de la problemática autista no es lo único que es víctima de este enfoque. Debido a nuestras dificultades sociales, aquelles que vivan sus vidas centrades en buscar pareja pueden caer en dinámicas de acoso, que lo único que hacen es alejar aún más a les demás. Por ejemplo, quizá a alguien autista le parezca normal aprovechar cualquier ocasión para enfatizar que no tiene pareja, y que no le importa conocer a alguien. Sin embargo, hacer esto constantemente puede ser interpretado como algo molesto. Y así, muchas más situaciones pequeñas, pero cuyo conjunto está orientado al fin de satisfacer esas necesidades emocionales y sexuales. Como metáfora de lo que intento desarrollar aquí: una persona alista sería más propensa a tocar en la puerta un par de veces y, tras no recibir respuesta, probablemente desista. Quizá lo intente una tercera vez. Pero una persona autista podría intentar abrir la puerta a la fuerza después de no obtener respuesta.

Como escribí al principio, puede que mi análisis no sea el mejor. Siendo no binarie, pansexual y gorde (sobre todo esto último) en su conjunto ha hecho que la población de aspimachos y machos en general me haya ignorado bastante a lo largo de mi vida. A pesar de todo, el no ser considerade normativamente guape no me ha salvado por completo de situaciones en las que no me he sentido para nada a gusto, y puedo afirmar sin temor a equivocarme que todas ellas han venido de hombres.

¿Intento decir que las mujeres y enebés somos inmunes a mostrar estas conductas? ¡No! Sin embargo, no es para nada frecuente escuchar historias de este tipo. En mi caso, afirmo que solo he conocido a una chica que solía hacer este tipo de cosas. En contraposición, puedo decir que mis desencuentros con hombres superan ampliamente los dedos de las manos y pies, y eso teniendo en cuenta que soy relativamente afortunade.

Con todo esto sobre la mesa, puedo afirmar sin temor a equivocarme que esto sucede porque los hombres autistas, al igual que los hombres alistas, caen en el discurso que el patriarcado repite una y otra vez sobre sexualidad y la autonomía corporal de otres (especialmente mujeres), y sienten que tienen derecho a ser deseados sexualmente, lo cual no es un derecho ni una necesidad vital. Y aquí es donde comienzan todos los problemas. Esto es peligrosísimo porque es la puerta de entrada a la ideología incel. Además, en el caso de hombres autistas es un cóctel aún más peligroso debido a la falta de educación afectivosexual que sufrimos como colectivo, además de nuestras dificultades sociales, lo que hace que sea aún más difícil salir de esta dinámica.

Me gustaría poder decir que poseo la solución para que esto deje de pasar, pero como sucede con problemas a gran escala, lo más eficaz es siempre lo más radical, lo cual sería acabar con el patriarcado en sí mismo. Pero como eso no es posible a corto/medio plazo, las únicas acciones que se pueden llevar a cabo son a nivel individual, como reeducar a quienes caen en estas dinámicas. Eso, si quieren escuchar, por supuesto.

No quiero vivir en un mundo en el que tenga que insistir ad nauseam que mi cuerpo me pertenece, y que solo yo decido lo que hacer con él. Autista o no, tengo derecho a poseer autonomía corporal. Y aspimachos o no, esa autonomía debe ser respetada. La mía y la de todes.

sábado, 4 de enero de 2020

Lo que no te contaron sobre las dietas autistas

Uno de los contras de ser una persona autista es que muchas veces te encuentras con gente que cree que posee la solución para curarte (sin éxito, obviamente) o, al menos, hacerte “menos autista”. Dietas sin caseína ni gluten, algas, aceite de coco… Seguro que hay muchas más dietas y consejos alimenticios ahí afuera, pero estos son los casos más conocidos. 

El problema de que estas dietas existan es que crean una falsa esperanza de curación en aquelles progenitores cuyes pequeñes acaban de ser diagnosticades y no saben casi nada de autismo. Como consecuencia, este tipo de dietas puede traer problemas de salud e, incluso, pueden ser el primer paso en un camino lleno de falsas soluciones magufas, cuya última parada puede ser la muerte. 

Entonces, si es cierto que estas dietas no funcionan, ¿por qué existen aún? Porque “a veces” sí que funcionan. Pero no del modo en el que elles creen. Y aquí es cuando entran las intolerancias alimentarias y condiciones o enfermedades intestinales. 

Una intolerancia alimenticia es la reacción adversa del organismo al ingerir ciertos alimentos. A diferencia de las alergias, cuyos efectos son inmediatos y pueden ser letales, las intolerancias presentan una serie de síntomas como hinchazón, gases y malestar general, y no presentan un riesgo para la vida, como puede suceder con las alergias. Además, hay que tener en cuenta la existencia de condiciones y enfermedades como el síndrome de colon irritable, enfermedad de Crohn o diverticulitis. La presencia, o incluso sospecha, de que existe una intolerancia o una enfermedad intestinal debería hacernos pensar en nuestros hábitos alimenticios. 

En mi caso personal sé muy bien de lo que hablo porque sufro diverticulitis y además sospecho ser intolerante a la lactosa. Poseo la habilidad de poderme comunicar verbalmente la mayoría del tiempo, lo que me ayuda a expresar mi malestar al experimentar reacciones adversas alimenticias, o los problemas que me trae la diverticulitis aunque me esfuerce en seguir todas las recomendaciones al pie de la letra. Por lo tanto, es más fácil saber qué es lo que está mal con mi cuerpo, y remediarlo cambiando mis hábitos de manera acorde. Pero no todas las personas autistas son adultes que poseen maneras socialmente aceptadas de comunicarse y conocimientos básicos sobre alimentación o salud digestiva. 

¿Qué pasa si un niño es celíaco pero no lo sabe? ¿O una mujer adulta empieza a tener problemas comiendo ciertos alimentos y es debido a una enfermedad intestinal? Y aquí es cuando entran las mentadas dietas autistas. Como lanzar disparos al aire, quizá, con suerte, puedan acertarle a una paloma en pleno vuelo. ¿Pero cuál es la probabilidad de que esto suceda? En estos casos, en lugar de probar este tipo de dietas a ciegas “porque otra mamá autista en internet lo dijo”, hay que buscar ayuda profesional. 

Entiendo que los síntomas de una intolerancia o una enfermedad pueden ser muy disruptivos, y si alguna de estas dietas logra eliminar ese malestar, se considera que la dieta ha sido un éxito y la persona ya no es autista. Pero hay que tener muy claro que esos síntomas nunca fueron causados por el autismo en sí. Quizá los hizo parecer peores, ya que a veces el ser autista puede amplificar ciertas condiciones. No obstante, no porque el niño de mi ejemplo haya dejado de tener problemas en el baño no significa que ya no sea autista. Solo que sus síntomas de celiaquía ya no se manifiestan porque su condición se está controlando. 

Es como a mí me sucede. No porque haya dejado de consumir lactosa o carnes rojas he dejado de ser autista. Cierto es que ya no tengo crisis relacionadas con la ingesta de estos alimentos. Pero eso no tiene que afectar a cómo mi cerebro ha sido creado. Una dieta libre de gluten y caseína podría parecer buena para mí. Pero no lo es debido a que mi cuerpo sí es capaz de procesar gluten, y por lo tanto, prescindir de un alimento sin razones concretas no es algo que muches doctores estén dispuestes a aceptar. En cambio, si prescindo de las carnes rojas mi médico estaría de acuerdo ya que es un alimento que me afecta negativamente y que está probado que provoca efectos adversos en casos de diverticulitis. 

Si tienes un peque autista y estás considerando probar una de estas dietas, habla primero con un médico. Descarta alergias. Descarta intolerancias. Considera la posibilidad de enfermedades intestinales, quizá incluso si no hay antecedentes familiares. Pero, antes de cambiar estos hábitos alimenticios, agota la vía profesional primero. Sé que es falaz, no obstante, no hay que hacer caso de todo lo que puedes encontrar en internet. Y un cambio dietético puede ser el inicio de un efecto mariposa con devastadoras consecuencias. Hazlo solo si estás segure de ello. 

Pero no curarás su autismo. Nunca. No te preocupes, ser autista no es malo. Es simplemente diferente.

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