La feminidad… Ese concepto que no paro de ver en Twitter. Una y otra vez. Sin embargo, nadie parece explicarlo o ponerse de acuerdo en lo que verdaderamente significa.
Esta cuestión se retuerce aún más cuando metemos el autismo en la ecuación. Todas aquellas personas autistas que, de una forma u otra están relacionadas con el concepto de feminidad pasan por un escrutinio incluso más feroz, hasta el punto de que se nos tilda de ser hipermasculines porque nuestro cerebro también lo es, según cierto estudioso que no considero relevante mencionar en este momento.
En mi caso, como persona asignada mujer al nacer, mi relación personal con la feminidad acaba ahí. No obstante, al tener un aspecto eminentemente femenino, la sociedad me percibe como una mujer, a pesar de que suelo dejar muy claro que soy no binarie con cero relación con lo masculino o femenino.
Me he topado con gente que ha tratado de invalidar mi identidad de género por el hecho de que soy autista. Pero también me he encontrado, con menos frecuencia, personas que han entendido que mi nula relación con el dualismo de género viene justamente por ser autista. Al principio se me hacía extrañísimo por el simple hecho de que hubiera dos puntos de vista radicalmente diferentes justificados por la misma razón. Pero poco a poco, me he ido dando cuenta de que esto es debido a los roles de género. Y que este concepto está altamente relacionado con lo que se espera de un hombre o una mujer. Y sobre todo, que estas expectativas tienen un fortísimo componente social. De ahí que les autistas fallemos miserablemente entendiendo o siguiendo las mismas, sobre todo las mujeres.
Por ejemplo, una de los roles de género para las mujeres es que deben vestirse para lucir bien, aunque sus prendas resulten incómodas o poco prácticas. Esto, para una mujer autista, puede ser imposible por razones sensoriales. Muches autistas elegimos nuestra ropa en función de la tela, los colores o la comodidad de movimientos. Así que prendas asociadas a la feminidad como un sujetador o un corsé pueden ser impensables para la mayoría de nosotres.
Pero estos roles no sólo se limitan al campo estético. En términos de personalidad, una expectativa que he notado que se torna siempre en mi contra es que asumen que deba ser alguien callade, dispueste a pasar por alto cuando se me pisotea. Sin embargo, al comprobar que soy demasiado directe y sincere, muches actúan confuses.
Lo peor es… Cuando me siento lo suficientemente segure para revelar mi identidad de género y, por lo tanto, que mi relación con la feminidad solo se limita a una estética que aparento por mera seguridad personal (aparte de que no existe una forma real o correcta de aparentar mi identidad de género), se me sigue negando el hecho de que, al no ser una mujer de ninguna forma, no debería estar adscrite a las normas sociales implícitamente asignadas a la feminidad. Sin embargo, al no existir un rol de género no binario, se me asigna por defecto al rol que la sociedad considera más cercano a mi experiencia. Eso sí, al igual que les sucede a muchas mujeres autistas, se me considera una mujer fallida. Una mala mujer. Una rarita, quizá.
El problema es, cuando a una mujer autista se le niega su feminidad porque falla al ejercer su rol de género, estamos cayendo en un caso claro de neurosexismo. Como el ejemplo que puse al iniciar este escrito, mencionando que cierto estudioso del autismo ha afirmado que el cerebro autista es hipermasculino, pisoteando la identidad de mujeres y personas no binarias al afirmar de forma indirecta que la única forma correcta de ser autista es siguiendo un rol de género extraño a nuestra identidad real.
La conclusión a la que quiero llegar es que los roles de género son neurosexistas respecto a las personas autistas ya que estos tienen un fuerte componente social que, sencillamente, se nos escapa, y las mujeres y personas no binarias nos llevamos la peor parte. Por lo tanto, otra razón completamente válida para querer abolir los mismos es para acabar con el capacitismo asociado a los mismos.