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viernes, 27 de mayo de 2016

Mi madre me falló

TW: MALTRATO

Aviso que este es un post para neidres que tienen peques autistas. Básicamente porque no quiero que ningune pequeñe sufra por todo lo que he tenido que pasar con mi familia en general y con mi madre en particular. Seguramente me salga un texto largo, así que si fuera tú iría preparando la cafetera o la tetera más grande que tengas. Vas a necesitarla. Y pañuelos, por si acaso.

Y sí, solo hablo de mi madre. No es que considere que la paternidad sea algo exclusivo de la madre. Mi padre estaba lo suficientemente mal como para ni siquiera ser capaz de encargarse de sí mismo. Así que en cierta forma lo excuso.

Y esto, ¿por qué?

Este artículo nace a partir de mi necesidad personal de romper lazos con mi familia y el pasado que me vincula a ella. No es algo que haya empezado a hacer ayer, la semana pasada o el mes pasado. Es un proceso de años. Y estoy en el último paso: liberación. Aunque físicamente llevo tres años siendo libre de mi familia, lo cierto es que mentalmente tengo cierto vínculo. Y necesito romperlo antes de que mi salud mental vaya a peor, si es que eso es posible.

Si algo tengo claro es que no cabe duda de que he sido una de muchas niñas (y mujeres) autistas que han sufrido violencia por parte de sus allegados debido a la falta de comprensión del espectro. Las personas a las que nos asignan este género al nacer y que nacemos autistas venimos con ciertas características que hacen que rara vez se nos vincule con el espectro autista ya que muchas de ellas pasan por socialmente aceptables, mientras que somos duramente reprimidas o castigadas por nuestros comportamientos menos aceptables. Y, aunque en mi caso era imposible no ver que yo era (y soy) autista, he sufrido como si nunca se hubiera sabido hasta hace un año y medio, que es cuando finalmente he empezado a aceptar quién soy realmente.

¿Por qué te ha fallado?

Mi madre es de esas madres que piensan que las amenazas de cualquier tipo y la violencia física son el mejor método educativo. Sí, el miedo como base del poder. El miedo, el dolor y la falta de afecto generan un círculo vicioso negativo que a la larga te deja psicológicamente tocade y hundide. Creo que a causa de esto tengo claro que no quiero hijes. No quiero causarles el mismo dolor que ella me causó a mí. Es más: tengo miedo de hacerlo.

Desde que tengo memoria soy capaz de recordar toda clase de amenazas que me hacían temer por mi integridad física. Aún resuena en mi mente un “¡Te rehúndo la cabeza!” dicho entre dientes. Recibía amenazas de ese tipo cada vez que hacía algo no esperado o no aceptado socialmente, como aletear mis manos o pedir golosinas cuando estábamos en el supermercado.

Lo peor es que muchas veces cumplía sus amenazas, y no se contenía ni un pelo. Cuando pienso en ello soy capaz de experimentar dolor físico en determinadas partes de mi cuerpo debido al trauma.

Decidió que nos mudáramos a un pueblo perdido en medio de la nada siendo yo muy pequeña. Aquello implicó cambios, y aunque yo protesté mucho, lo cierto es que nadie toma en serio a una niña de cinco años. Aunque su bienestar pueda verse comprometido. Y sí, lo hizo. Muy profundamente, además.

A los siete años empecé a experimentar bullying en mi colegio. Pensé que presionando a mi madre para que me cambiara a un colegio que no quedara tan lejos el bullying se acabaría. Pero mi lógica infantil se equivocó. En nada y menos me convertí en la bicha rara de los libros y las buenas notas. Y la gorda. Estos ataques gratuitos que recibía se convertían en colapsos. Estos, a su vez, se convertían en violencia. Finalmente, mis colapsos se convertían en otra razón para hacerme bullying. Aunque cambié a los pocos meses de colegio por cuestiones académicas, el bullying no paró. Y vuelva al mismo círculo de siempre. Con el añadido de que en el primer curso que pasé en ese colegio un profesor tuvo la osadía de levantarme la mano, y acabar despedido ipso facto después de que todes les niñes se quejaran a sus neidres porque temían ser les siguientes. O en el segundo año, que el director del colegio me acusaba de ser yo misma la causante de mi bullying.

La cosa no era mucho mejor en mi casa, ya que nunca gocé de comprensión maternal. Podía contarle a mi madre lo mal que me sentía, podía llorar todo cuanto quisiera porque realmente me sentía mal, pero le daba igual. A menos que hablara de Pokémon o de algo que me gustara, que entonces sí que quería que callara. No obstante, en cuanto a mi bullying, mucho hablar, pero poco hacer. Aunque expresara deseos suicidas que realmente tenía. Eso cuando no acababa recibiendo violencia extra, y sin entender muy bien por qué.

Crecí sin muestras de cariño. O al menos no muestras de cariño dadas por humanos. Crecí rodeada de gatos. Era como si a ellos les gustara. Y ellos me gustaban a mí. Eran suaves y no se alteraban con mi presencia. ¡Hasta les gustaba jugar conmigo! Quizá por eso me sienta gata, y no humana.

Mi madre nunca se molestó en educarme acerca de mi cuerpo, y no empecé a preocuparme por él hasta que el bullying que recibía se volvió peor por “apestosa” y “peluda”. Peluda. Con once años. Es más, la educación sexual dada por mi madre se resume a cuatro palabras que me dijo justo antes de empezar la universidad. Solo eso. El resto tuve que aprenderlo yo sola a base de prueba y error.

Ella tampoco se preocupó excesivamente de que hubiera algo raro en mí. Cierto es que recuerdo haber ido fuera de mi isla a que un médico me viera, y el muy lerdo (perdóóóóóóóón) solo dijo que era muy lista. NO SHIT, SHERLOCK! Y eso es todo cuando recuerdo hasta que me encasquetaron a aquel psicólogo que me hacía sentir enferma por ser diferente. Más o menos cuando empecé la E.S.O.

Siempre digo que fui diagnosticada hace diez años, que fue cuando mi psiquiatra me dijo a la cara que "tenía Síndrome de" Asperger. Pero pensándolo en perspectiva, me apuesto mi 3DS a que todo el mundo lo supo mucho antes que yo.

Aprendí a hablar a los cuatro años y manifestaba hiperlexia, así que seguramente supiera leer antes que hablar. Pasaba tres kilos de la gente y le cogía prestados los Lego a mi hermano mayor siempre que podía porque Lego. O como hacía en preescolar: jugaba sola con los bloques o la cocina. Cualquier juguete me era divertido mientras estuviera yo sola. Mis colapsos eran la cosa más violenta que puedes imaginar. Recuerdo haberle clavado un punzón a un niño en preescolar y haberle roto un hueso a una chica en tercero. Eso por no hablar de que ríete de los pulmones de una soprano comparados con los míos. Y sí, mis manos, mi pelo y mis pies eran el objeto de mis estimi. Parecía un pequeño pájaro a punto de volar. Y las multitudes me tocaban mucho la moral por ruidosas. Los días soleados, tres cuartos de lo mismo. Eso por no hablar que de pequeña era muy tiquismiquis para comer. Papas fritas día sí día también. O pasta. O pizza. Y pobre de sacarme de ahí. Vamos, tenía un cartel en la frente que ponía “/!\ AUTISTA /!\”.

Y aunque era y es flagrantemente obvio que soy autista, ¿hizo algo mi madre para que lo comprendiera y lo aceptara? NO. Y lo que es peor: como ella nunca hizo nada para aceptarlo o aprender sobre ello, yo tampoco lo hice. Y me arrepiento mucho. Enfoqué esa revelación de una forma negativa, y asumo que mi vida podría haber sido algo diferente si alguien, incluso yo misma, me hubiera ayudado a encontrar el camino correcto.

Lo bueno de que mi madre se lo tomara como simples palabras es que nunca estuve expuesta a brutalidades que pasan les niñes autistas, tales como terapia ABA, dietas no comprobadas científicamente y medicamentos que podrían matarnos. En esto tuve muchísima suerte. Pero solo en esto.

Lo malo eran los comentarios constantes que hacía mi madre respecto a mi condición. Ella comparaba mi autismo al supuesto hecho de que el hijo de los vecinos se hiciera sus cosas encima: algo embarazoso y que debía ocultarse a cualquier precio. O cuando alguien mostraba un comportamiento extremo o socialmente no aceptado: “¿No serás Asperger como la Sariel*?”. Como si mi autismo fuera una cosa mala. Ese tipo decomentarios me hacían sentir mal conmigo misma. Como si realmente tuviera que ocultar quién era realmente y, simplemente, pasar mis días leyendo y oyendo la misma canción una y otra vez. ¡Y recibiendo comentarios de mierda (perdón otra vez) de regalo!

Mi madre, como todes les demás, asumió que yo no necesitaba ningún tipo de ayuda ni de certificado de discapacidad por el mero hecho de ser autista. Seguro que pensó ingenuamente que como llevaba una higiene pasable y sacaba buenas notas en el colegio no necesitaba ningún tipo de ayuda. Pero esto nunca es verdad. Les autistas necesitamos ayuda. En realidad, todes necesitamos ayuda. Seamos autistas o no. Pero nadie era capaz de darse cuenta de que mis niveles de energía eran bajos. El estrés de mi vida por entonces era bajo, por lo que mis niveles de energía parecían normales. Pero no, no lo eran.

Mi madre trató de tomar el control de mi vida de muchas formas. Ella nunca me dejó ir a visitar a mi familia paterna. Ella eligió la universidad en la que debía estudiar, e incluso intentó “sugerirme” lo que debía estudiar. Ella trataba de hablar mal de aquellos que fueron pareja mía para ver si, por algún casual, conseguía que rompiera mi relación con ellos. Hacía que con sus actos y palabras me sintiera extremadamente dependiente a la unidad familiar. Y se sentía con poder suficiente para decidir sobre mi vida y mi muerte.

Después de que mi padre tuviera un accidente laboral que le dejó físicamente incapaz de trabajar, ella empezó a hacerlo para mantenernos. Esto fue una bendición para mí, porque eso hacía que mi madre y yo tuviéramos contacto prácticamente nulo. Así que esos años pasaron apaciblemente entre gatos, libros y ordenadores.

Al dejar la universidad, pasé dos años en casa, durante los cuales recibí maltrato constante por parte de mi hermano mayor. Sí, por si no era suficiente con haber crecido con una madre claramente abusiva y negligente, tuve que sufrir un fuerte maltrato psicológico (y a veces incluso físico) por parte de ese tipejo. ¿Qué hizo ella? ¡Apoyarle! E incluso me amenazó con echarme de “su” (sí, su) casa si me atrevía a ir a la policía y denunciar a mi hermano por levantarme la mano o cualquier otra cosa lo suficientemente grave.

¿Ha habido consecuencias?

Desde que conseguí huir de esa casa no tengo contacto con nadie. Lo tuve con mis hermanos pequeños y mi padre por un tiempo. Pero el peso de tener una relación así me es demasiado. Aunque soy más o menos capaz de entenderme con mi padre, admito que mis términos comunicativos se han vuelto tan específicos que ahora mismo solo me sentiría cómoda sin tener contacto alguno con ellos. No les culpo. Al fin y al cabo, elles también son víctimas de mi madre y mi hermano mayor. Pero sencillamente, no puedo.

En cuanto al resto de mis familiares, algunos intentan cazarme vistiendo sus intenciones de preocupación. Pero, después de prueba y error mil veces, mi instinto gatuno es tan fino que ya tengo muy claro cuándo confiar en la gente y cuándo no. Especialmente desde hace seis meses.

Siempre he hecho actos de rebeldía para desvincularme de mi familia, al menos de la rama maternal. Nunca uso mi segundo apellido a menos que exista una especie de imperativo legal. Reniego de mi madre asumiendo que ella nunca ha existido, llegando a declararme huérfana a menos que legalmente tenga que admitir que ella sigue viva. Hago lo posible para no parecerme físicamente a ella. Tengo su cara. Aunque mis rasgos son ligeramente más afilados, si alguien que nos conoce me encuentra, inmediatamente hablará de ella, así que intento buscar maneras de alejarme de su imagen, como determinados peinados y maquillaje. Y, por supuesto, admitir todo esto públicamente es otro de mis grandes actos de rebeldía. ¿Para qué malgastar mi tiempo acudiendo a servicios sociales, autoridades y psicólogues que dudarán de mi historia pudiendo dejar tranquila mi conciencia haciendo esto?

¡No quiero ser como ella! ¿Qué puedo hacer?

Ojo, si escribo esto es por recuperación. Lo admito. Pero si lo hago público es por otra razón: educación. Al principio escribí que este artículo era para neidres con niñes autistas. Así que, después de haber leído todo lo que me hizo mi madre, creo que podéis intuir qué cosas hay que hacer y cuáles no. Yo os explicaré las que sí tenéis que hacer. Las que no ya están muy claras.

Vuestres peques necesitan ACEPTACIÓN. Incluso si no hay diagnóstico, o tarda en llegar, o lo que sea. Vuestres peques se sienten diferentes de les demás. Saben que son diferentes. Si les tratáis de mala forma solo conseguiréis hacerles mucho daño. Mostradles que les aceptáis tal y como son. Con sus cosas buenas y cosas malas. Tenéis unes hijes úniques e irrepetibles, así que tenéis que tomaros la misión de aceptarles muy en serio.

Aprended sobre autismo de les expertes en autismo. Esto es, ¡aprended de la comunidad autista! Sé que la mayoría de contenido positivo y útil está escrito en inglés, pero si rebuscáis un poco podéis encontrar buen material en español. Has encontrado este blog, así que supongo que encontrarás muchos más. Y, aunque la mayoría del contenido de este blog no está totalmente orientado a neidres, seguro que podéis aprender algo nuevo. También podéis leer libros escritos por autistas. Creo recordar que Temple Grandin tiene obras traducidas al español, y fijo que ella no ha sido la única en ser traducida.

Huye de les que te prometen curación. Si alguien te viene ofreciendo cualquier cosa asegurándote que puede curar o paliar el autismo y mil cosas más, ¡alerta magufa! El autismo no es una enfermedad, por lo tanto, no puede curarse. Es algo inherente a la persona y a su genética. Como el nacer con los ojos marrones. La diferencia es que ser autista implica un funcionamiento cerebral diferente. Sé que algunas características del autismo no son fáciles de llevar, pero no merece la pena arriesgar la salud y la vida de tu pequeñe por algo imposible.

Vuestres peques necesitan defensores, ¡no abusadores! Muchas veces es muy difícil dibujar una línea entre el concepto de “defensor” y “abusador”. De hecho, hasta que no me volví bilingüe me costó mucho diferenciarlo. La cuestión es: vuestres peques no pueden defenderse soles. ¡Son niñes! Y muchas veces necesitarán de vosotres para que sus derechos y sus pequeñas vidas no sean pisoteados por la discriminación, la ignorancia o el miedo que la sociedad experimenta hacia el autismo. Está bien ir al colegio a quejarse porque “casualmente” tu peque no ha llevado a casa una autorización para una excursión que les demás sí que tienen. Pero no está bien montarle un pollo a otres neidres solo porque no quieren invitar a tu peque a la fiesta de cumpleaños de les suyes. Y como este, fijo que encontraréis muchos ejemplos en vuestra vida cotidiana.

Mostradles vuestro afecto, no vuestra furia. Aunque os cueste creerlo, vuestre peque es una persona con una gran sensibilidad emocional. Y, como todes les niñes, les gusta recibir muestras de afecto de sus neidres. No os centréis solo en la parte material del asunto, porque los juguetes y las golosinas pueden mostrar afecto, pero solo por un tiempo. Los abrazos, los comentarios positivos, los besos y otras muchas cosas más son las mejores muestras de afecto que podéis darle a vuestre peque.

Dejad que vuestre peque sea elle misme. Entiendo que puede ser cansado escuchar lo genial que es Pikachu durante una hora (mea culpa), pero eso no significa que tu peque no pueda disfrutar de aquellas cosas que le hacen feliz. Estimula sus intereses, pero pon límites de forma suave y afectuosa. ¡Esto también aplica a conductas como el estimi o la ecolalia! Esto son herramientas de vuestre peque para no acabar saturade en un mundo lleno de estímulos sensoriales. No le impidáis que aletee sus manos o repita esa cita de Los Simpson por enésima vez si efectivamente esto le ayuda a aguantar el peso del mundo. Y sí, esto conecta con el primer punto: la aceptación.

Algún día vuestre peque ya no será peque. Les autistas crecemos y muches de nosotres somos capaces de tomar nuestras propias decisiones. A menos que vuestre hije no tenga la capacidad de hacer esto, lo correcto sería no interferir en ellas. Aprendemos a base de prueba y error. Además, sobreproteger a vuestres hijes no les ayudará en absoluto, sean autistas o no. No obstante, si habéis hecho lo mejor que habéis podido vuestre papel de neidres, estoy segura de que vuestre hije os buscará para pediros consejo. Entonces sabréis que todo lo que habéis vivido ha merecido la pena.

*Sí, he eliminado mi deadname de ahí. Me da igual que mi madre no esté de acuerdo con el hecho de que me llame Sariel y me siga llamando de la otra forma. Pero esto es NeuroAwesome y la que decide sobre mi identidad soy yo.

1 comentario:

  1. Yo sufrí y sufro aun mucho maltrato, tanto de mi familia como del entorno estudiantil y siento que cada día se hace más cuesta arriba. Gracias por escribir esto, me da un poco de esperanza. Es bueno saber que existe un espacio como este en Español, en Inglés hay post maravillosos y mucha información útil. Gracias por existir

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